miércoles, 23 de septiembre de 2020

Fragmentos

 

El dolor de cabeza sigue siendo devastador. No se detiene. Lo intento con todo: descanso, algún que otro pasatiempo. Todo es estéril, todo es inútil y me muevo porque debo de moverme, aunque el calor es insoportable. El calor hace que todo cueste el doble y que todo pese el doble. Quiero que pase agosto, quiero que llegue septiembre. Leer es el mejor de los entretenimientos y por mis manos se cruzan cientos de libros pero sigo teniendo la sensación de que me falta algo y no se exactamente el qué. Intento llenarlo con comida y, lo peor, es que acabo comiendo demasiado. La comida, con sus sabores invasivos de narices, parece darte algo que te falta pero no sabes exactamente el qué y por eso sigues comiendo. Parafraseando (a medias) cierta canción: la lectura no me cansa, pero me siento vació.


No es que la rutina sea un coñazo supino, echo de menos la rutina. La rutina es necesaria para mantenerse cuerdo entre tantas prisas y tanta incertidumbre pero sigue esa molesta sensación (y la llamo sensación por llamarla de alguna manera) en la que siempre estoy cansado. Uno, al empezar a escribir sobre ello, siente dicho cansancio y no es como un artista que se acerca a un bloque de marmol y se pone a tallarlo hasta que se encuentra con una estatua brillante y perfecta. Es, mas bien, como si una marchara por un lugar inhóspito y sombrío, desconocido y, con solo poner un pie, sintiera un enorme mareo que esta a punto de tumbarlo, otra vez.


Otra vez, ese pensamiento: “Sera mejor borrar todo esto y olvidarlo”. Otra vez ese traqueteo incesante en la cabeza como si un pequeño demonio estuviera cargando tu cabeza

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