miércoles, 27 de mayo de 2015

The End and The Beggining

Siempre me he preguntado que haría cuando llegase el día de hoy.

Mañana, después de una hora y media de examen, le diré adiós a los pasillos y aulas de un centro donde he ido formándome a lo largo de toda una vida. Si alguien de mi alrededor hubiera tenido la idea de recoger todos y cada uno de los momentos que he pasado allí, supongo que tendríamos un metraje extremadamente largo  lleno de horas con el trasero pegado a la silla aguantando todo tipo de lecciones y trampas (creadas por servidor, para engañarse a uno mismo) pero también  cargado de grandes y espectaculares recuerdos.

Cada vez que mi madre y mi padre echan la vista atrás y disfrazan a este adolescente de lo que un día fue, esto es, un mocoso de cinco años; siempre me recuerdan lo hipnótica que me resultaba la pantalla del ordenador y, especialmente, la magia que me envolvía el adentrarme en cierta película de animación. Quizás por eso, el ritmo de mi vida haya ido, con el paso del tiempo, a 24 fotogramas por segundo.

Cada vez que la película se acercaba, peligrosamente, a sus minutos finales; yo, gimoteaba de rabia. No quería que acabase aquella experiencia y, por eso, pataleaba sin descanso hasta que  mi madre rebobinaba la cinta y volvía a empezar.

Lastima que en este caso, hoy y ahora, no podamos rebobinar y comenzar de nuevo.

No vamos a comenzar de nuevo, vamos a empezar algo nuevo.

Un punto y aparte, no un punto y final.

Me gustaría darle las gracias a tanta gente, me gustaría discutir tanto con tanta gente, creed cuando os digo que solo me quedo con los buenos momentos, que estaría encantado de exponer o narrar... pero como me organizo fatal, me quedo sin tiempo.

Siempre me he preguntado que haría cuando llegase este día.

Podríamos delirar por un segundo y abandonar de inmediato la sala, no por nada en especial, simplemente abandonarla. Conozco a muchos espectadores de cine que delante de una película se les cae el alma al suelo, se les dibuja en su rostro una sonrisa de oreja a oreja y cuando asiste a los minutos finales, al clímax final que provocara un enorme nudo en su garganta, tiran el cubo de palomitas y se marchan por la puerta trasera.

No es por que la película les haya parecido un bodrio, no es por que la película, en su hora y media de duración, le haya destrozado su coraza indestructible, exponiendo a los demás, que él o ella, es un ser humano.

Es simple y llanamente por que no quieren que aparezcan ante sus ojos los créditos finales. Es simple y llanamente que no desean por nada en el mundo, que las luces se encienden, volviendo a la sesión de las nueve y media, de una sala de cine normal, en una ciudad cualquiera.

Simple y llanamente no quieren que acabe todo lo que han vivido allí dentro. Pero todo debe continuar.

Por que la vida, como el gran espectáculo que es, debe continuar.








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